Rossini: espiral de hedonismo
25/08/2013 Deja un comentario
Las señas de identidad de un festival musical no se limitan a su programación. Es de capital importancia el ambiente que se genera, la atmósfera vital que se respira alrededor de las actividades. El Festival Rossini de Pesaro es, en ese sentido, único. No se parece a ningún otro, con lo que atrae a un tipo de público muy especial. Admiradores de Rossini, desde luego, pero también del entorno paisajístico, gastronómico y relajante de la zona donde se enmarca. Pesaro, lugar natal de Rossini, es una ciudad a orillas del Adriático con una playa rebosante de sombrillas multicolores. Le Marche, la región donde se ubica, posee un seductor paisaje de suaves colinas y amplios horizontes que ha sugerido a algunos historiadores razones o sinrazones de la manera de componer no solamente de Rossini, sino también de otros músicos de la zona como Spontini o Pergolesi. En Urbino nació Rafael y en toda la región hay obras pictóricas admirables de Piero della Francesca. En cuanto al terreno hedonista por excelencia, la gastronomía, y sin entrar en las creaciones de Rossini al respecto, en la región existen platos tan atractivos como los tacconi alle fave, una pasta con harina de habas, o la oca in porchetta. La cocina contadina se puede apreciar en plenitud en lugares como Montecucco en la población del mismo nombre, en la demarcación de San Giorgio di Pesaro. Lo más socorrido, sin salir de Pesaro, es la terraza de Harnold’s frente al teatro Rossini, donde oficia de maestro de ceremonias el simpático Patricio, y goza de buena fama el pescado de La Cozza Amara, en la zona de los dos puertos. El complemento de la música con las demás manifestaciones artísticas y ambientales da, pues, a Pesaro un toque especial, lo que explica en cierto modo el elevado número de espectadores españoles que frecuenta el festival, y no solamente del sector específicamente musical.
El espectáculo, estrella de la edición número 34 del festival, y el único que se ha celebrado en el Adriatic Arena, polideportivo a las afueras de la ciudad, ha sido Guillaume Tell, última ópera de Rossini y partitura de enorme dificultad. Ha contado con el tenorissimo Juan Diego Flórez, que ha salido del desafío tan fresco como una lechuga, gracias a su portentosa técnica, su dominio del estilo, la belleza de su timbre y su facilidad para los agudos. El aria, y escena, del comienzo del cuarto acto, fue sencillamente apabullante. Estuvo acompañado en la representación por cantantes de mucho fuste como Marina Rebeka, Nicola Alaimo o los españoles Simon Orfila y Celso Albelo. El joven director Michele Mariotti puso un brío y dinamismo muy especiales al frente de la orquesta del teatro Comunal de Bolonia, y el director de escena Graham Vick, con su escenógrafo Paul Brown de principal colaborador, planteó una solución escénica en una línea conceptual de subrayar el abismo entre explotadores y explotados, con brillantes ideas y alguna irregularidad en el desarrollo. No fue un trabajo redondo pero sí de los que hacen reflexionar.
El momento más emotivo del festival ha sido, sin embargo, la versión en concierto anteayer de La donna del lago. El maestro Alberto Zedda sufrió un desfallecimiento en el primer acto, lo que obligó a parar la función durante media hora, pero se recuperó y continuó como un héroe hasta el final, realizando una versión tan magistral como arrolladora. Contó con un reparto vocal del que sacó petróleo de buena ley y en el que se encontraban, entre otros, la vitalista soprano valenciana Carmen Romeu y la magnífica mezzosoprano siciliana Chiara Amarù. El éxito fue apoteósico y a las interminables ovaciones al maestro se unieron cantantes, coro y orquesta. Inolvidable. A Zedda también se le ha homenajeado con la edición de un libro sobre los primeros 25 años de la Academia Rossiniana, una de las manifestaciones fundamentales del festival, y de la que el maestro ha sido el alma desde el comienzo. (…)
El País | Juan Ángel Vela del Campo –LEER AQUI LA NOTICIA DE MUSICA / INTERNACIONAL
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