09/10/2013
por amadeuslibreria
Mañana se cumple el bicentenario de su nacimiento – 26 óperas describen una evolución colosal desde el manierismo romántico hasta la tragedia y la comedia
Coincidentes en el año de nacimiento, Wagner y Verdi personalizan dos diferentes formas de la música teatral, ambas geniales. El genio del Sur, el italiano nacido el 10 de octubre de 1813 en Le Roncole (Busetto), una aldea campesina del ducado de Parma (entonces parte del imperio napoleónico) fue inscrito por su padre como ciudadano francés con los nombres de Joseph Fortunin François. El del Norte, vástago de una culta familia burguesa en la ciudad sajona de Leipzig, compartiría con el colega mediterráneo ideales patrióticos de unificación nacional, aquel por directa militancia en revoluciones y barricadas, con exilios y persecuciones durante casi toda su vida, y éste por la autoridad de una música tempranamente entendida y celebrada en la era Garibaldi como bandera de la nación italiana. Los coros patrióticos de algunas óperas tempranas fueron los himnos el Risorgimento. (…)
Dice Wolfgang Fortner, destacado compositor alemán del siglo XX, que «Verdi es el auténtico gran maestro de este estilo de dramaturgia musical opuesto al ideal wagneriano. Este intenta describir a base de tonalidades el proceso anímico global y precisamente por ello es más lírico que dramático-musical. Verdi, en cambio, impulsa la acción dramática con medios rigurosamente musicales, con formas de rígida construcción musical y cerradas en sí mismas, y esto es algo completamente actual y aún futurista».
Las 26 óperas que estrenó Verdi entre 1839 y 1893 cubren un periodo de 54 años de vida del que habría que descontar los 16 de silencio entre Aida y Otello. Hablamos en rigor de 38 años de actividad creadora para la escena, con una nueva producción cada año y medio, y aún menos si se cuentan las obras que revisó a fondo hasta reescribirlas casi por completo. En ese periodo, que va de Oberto a Falstaff, la evolución es descomunal, como también las oscilaciones de la calidad. Del gran guitarrón orquestal y la escritura inicial de las arias para «rellenarlas» después con el resto de la trama, muchas veces de manera precaria, apresurada e incoherente, hasta la unidad magistral de Otello y Falstaff, el camino recorrido en soledad asombra por su potencia inventiva y su admirable capacidad de avance hacia las capas profundas de identidad en que palabra y música son una y la misma cosa. Shakespeare es como una presencia tutelar, el referente al que siempre vuelve la mirada para iniciar un camino y culminarlos todos en una eclosión de genio. (…)
Diario de Mallorca | G. García-Alcalde –LEER AQUI LA NOTICIA DE MUSICA / INTERNACIONAL
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